lunes, 15 de abril de 2013

Jorge Oteiza. Sé que volaré



Friso de los apóstoles. Nuestra Señora de Aránzazu. Guipúzcoa.

Hace unos meses dedicábamos un momento al escultor Pablo Gargallo. Hoy hablamos de otro gran escultor (también poeta), en el décimo aniversario de su muerte: Jorge Oteiza.

Conocí la obra de Oteiza durante el curso de Doctorado  "Idealismo y espiritualidad en la escultura de Jorge Oteiza" que impartió el profesor y artista plástico pamplonés Pedro Manterola. Descubrí a un artista singular, profundo, personal e irrepetible. Según Manterola, la construcción del vacío es para Oteiza un lugar de protección, de curación de la angustia y de la muerte, sagrado, por tanto, en torno al cual acabará conformándose su pensamiento y su obra.

Del impulso que lleva al artista a recusar la naturaleza nacen su condición de fugitivo y su deseo de Dios, dice Manterola. Oteiza manifiesta contra sí mismo, contra su parte mortal, la extraordinaria aversión por lo que su naturaleza tiene de efímero y el tiempo somete día a día: “No pertenezco a la tribu de la Naturaleza, exclama. Soy un ser exiliado a la Naturaleza, arrojado a la Naturaleza”, escribe. Estos y otros muchos versos son el testimonio de una queja y un resentimiento que encarna espectacularmente en los apóstoles sin tripas, desentrañados, vacíos por dentro, de Aránzazu. Esta es la primera gran referencia al impulso autodestructor antes comentado. Como en un paisaje asolado por la lucha, el viejo conflicto entre materia y espíritu que el escultor experimenta con especial virulencia, se salda en la fachada de Aránzazu con el sacrificio de los cuerpos abiertos en canal, cóncavos, ofreciéndose a sí mismos en holocausto, en su propio hueco, en un vacío expectante. Unos apóstoles abiertos de arriba a abajo y desentrañados que ilustran la imagen platónica del espíritu liberado de su féretro mortal. Pero advierten, al mismo tiempo, de otro espacio no vinculado a la materia sino oculto tras ella, que no se halla dentro del cuerpo sino detrás de él. Desde un punto de vista estético, el Apostolario de Aránzazu es el resultado de una primera conclusión en la génesis del vacío como material de la escultura, es decir, del proceso de sustitución de la materia que se palpa, se pesa, se mide o se modela, de lo que llamamos sustancial por oposición a lo que es inconsistente, por la metáfisica condición de un espacio vacío. Esta conclusión en los apóstoles nos habla de la acción de quitar, es decir, del hueco que resulta al destruir la parte material de la escultura. Se diría, recordando a Miguel Ángel, que el vacío es el resultado de eliminar de un bloque, pongamos que de marmol, la materia que le sobra a la escultura, que para Oteiza es toda la materia. 

SÉ QUE VOLARÉ

No me alcanzaréis los muertos
en el propenso río,
siempre dispuesto a acostarme
y, si acostado, siempre dispuesto
a no levantarme.
Y no me levantaré más,
movediza,
discontinua perdiz.
Muero, subo al cielo,
gota a gota
en el camino
me encuentro a mí mismo,
gota a gota que regreso

Resbala la tarde en el mojado día,
vuelto de espalda en la lluviosa noche,
sin un poco de rincón de sitio-suelo,
movedizo lento caracol,
la vecina noche,
Sé que volaré,
corro en la noche,
Salto por encima para no hacerle daño
con mi camisón de loco.
Duermo en camisón para volar de noche

JORGE OTEIZA
Poema incluido en el volumen Poesía (Fundación Museo Jorge Oteiza; Alzuza, 2007).