jueves, 22 de noviembre de 2012

El lobo estepario

Lectura de juventud: El lobo estepario, de Hermann Hesse.


 


Hermann Hesse narra las vicisitudes de Harry Haller, su aislamiento y soledad hasta que, en el momento de mayor crisis existencial, encuentra a su “ángel”,Armanda, quien lo invita a conocer el mundo y a intentar disfrutar de las cosas sencillas y hermosas que nos presenta la vida día a día.

Extractos:

 

"¿Y quién buscaba entre los escombros de la propia vida el sentido que se había llevado el viento, quién sufría lo aparentemente absurdo y vivía lo aparentemente loco y esperaba secretamente aún en el último caos errante la revelación y proximidad de Dios?"

 

(...)


"Soledad era independencia, yo me la había deseado y la había conseguido al cabo de largos años. Era fría, es cierto, pero también era tranquila, maravillosamente tranquila y grande, como el tranquilo espacio frío en que se mueven las estrellas."

 

(...)

 

"Es algo hermoso esto de la autosatisfacción, la falta de preocupaciones, estos días llevaderos, a ras de tierra, en los que no se atreven a gritar ni el dolor ni el placer, donde todo no hace sino susurrar y andar de puntillas. Ahora bien, conmigo se da el caso, por desgracia, de que yo no soporto con facilidad precisamente esta semisatisfacción, que al poco tiempo me resulta intolerablemente odiosa y repugnante, y tengo que refugiarme desesperado en otras temperaturas, a ser posible por la senda de los placeres y también por necesidad por el camino de los dolores. Cuando he estado una temporada sin placer y sin dolor y he respirado la tibia e insípida soportabilidad de los llamados días buenos, entonces se llena mi alma infantil de un sentimiento tan doloroso y de miseria, que al dormecino dios de la semisatisfacción le tiraría a la cara satisfecha la mohosa lira de la gratitud, y más me gusta sentir dentro de mí arder un dolor verdadero y endemoniado que esta confortable temperatura de estufa. Entonces seinflama en mi interior un fiero afán de sensaciones, de impresiones fuertes, una rabia de esta vida degradada, superficial, esterilizada y sujeta a normas, un deseo frenético de hacer polvo alguna cosa, por ejemplo, unos grandes almacenes o una catedral, o a mí mismo, de cometer temerarias idioteces, de arrancar la peluca a un par de ídolos generalmente respetados, de equipar a un par de muchachos rebeldes con el soñado billete para Hamburgo, de seducir a una jovencita o retorcer el pescuezo a varios representantes del orden social burgués. Porque esto es lo que yo más odiaba, detestaba y maldecía principalmente en mi fuero interno: esta autosatisfacción, esta salud y comodidad, este cuidado optimismo del burgués, esta bien alimentada y próspera disciplina de todo lo mediocre, normal y corriente.

 

En tal disposición de ánimo terminaba yo, al oscurecer, aquel día adocenado y llevadero. No lo terminaba de la manera normal y conveniente para un hombre algo enfermo, entregándome a la cama preparada y provista de una botella de agua caliente a modo de imán; sino que insatisfecho y asqueado por mi poquito de trabajo y descorazonado, me calcé los zapatos, me embutí en el abrigo, dirigiéndome a la calle rodeado de niebla y oscuridad, para beber en la hostería del Casco de Acero lo que los hombres que beben llaman "un vaso de vino", según un convencionalismo antiguo.

 

Así bajaba yo, pues, la escalera de mi sotabanco, estas penosas escaleras de la tierra extraña, estas escaleras burguesas, cepilladas y limpias, de una decentísima casa de alquiler para tres familias, junto a cuyo tejado tenía yo mi celda. No sé cómo es esto, pero yo, el lobo estepario sin hogar, el enemigo solitario del mundo de la pequeña burguesía, yo vivo siempre en verdaderas casas burguesas. Esto debe ser un viejo sentimentalismo por mi parte. No vivo en palacios ni en casas de proletarios, sino siempre exclusivamente en estos nidos de la pequeña burguesía, decentísimos, aburridísimos e impecablemente cuidados, donde huele a un poco de trementina y a un poco de jabón y donde uno se asusta, si alguna vez se da un golpazo al cerrar la puerta de la casa o si se entra con los zapatos sucios. Me gusta sin duda esta atmósfera desde los años de mi infancia, y mi secreta nostalgia hacia algo así como un hogar me lleva, sin esperanza, una y otra vez, por estos necios caminos.

 

Así es, y me gusta también el contraste en el que está mi vida, mi vida solitaria, ajetreada y sin afectos, completamente desordenada, con este ambiente familiar y burgués. Me complace respirar en la escalera este olor de quietud, orden, limpieza, decencia y domesticidad, que a pesar de mi odio a la burguesía tiene siempre algo emotivo para mí, y me complace luego atravesar la puerta de mi cuarto, donde todo esto termina, donde entre los montones de libros me encuentro las colillas de los cigarros y las botellas de vino, donde todo es desorden, abandono e incuria, y donde todo, libros, manuscritos, ideas, está sellado e impregnado por la miseria del solitario, por la problemática de la naturaleza humana, por el vehemente afán de dotar de un nuevo sentido a la vida del hombre que ha perdido el que tenía."

 

(…)

"Ah, dondequiera que mirara, dondequiera que enviase mis pensamientos, en parte alguna me aguardaba una alegría ni un atractivo, en parte alguna atisbaba una seducción; todo hedía a corrupción manida, a putrefacta medioconformidad; todo era viejo, marchito, pardo, macilento, agotado. Santo Dios, ¿cómo era posible? ¿Cómo había podido yo llegar a tal extremo, yo, el joven lleno de entusiasmo, el poeta, el amigo de las musas, el infatigable viajero, el ardoroso idealista?"

 

(…)

 

"Pero lo que no había aprendido era una cosa: a estar satisfecho de sí mismo y de su vida. Esto no pudo conseguirlo. Acaso ello proviniera de que en el fondo de su corazón sabía (o creía saber) en todo momento que no era realmente un ser humano, sino un lobo de la estepa."

 

(…)

 

"Ahora bien, a nuestro lobo estepario ocurría, como a todos los seres mixtos, que, en cuanto a su sentimiento, vivía naturalmente unas veces como lobo, otras como hombre; pero que cuando era lobo, el hombre en su interior estaba siempre en acecho, observando, enjuiciando y criticando, y en las épocas en que era hombre, hacía el lobo otro tanto."

 

(…)

 

"Esta noche, a partir de las cuatro, Teatro Mágico —sólo para locos—. La entrada cuesta la razón. No para cualquiera."