jueves, 20 de septiembre de 2012

¿Para qué sirve la utopía?

Ella estaba en el horizonte. Me acerco dos pasos, ella se aleja dos pasos. Camino dos pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá. Por mucho que yo camine, nunca la alcanzaré. ¿Para qué sirve la Utopía? Para eso sirve: para caminar (Eduardo Galeano).

 
 
 
Hay películas que uno ve "de joven" y le causan una hondo impresión pero, cuando vuelve a verlas al cabo de tiempo, ya no le conmueven de la misma manera. No es el caso de “Un lugar en el mundo”, de Adolfo Aristaráin, auténtico canto a la utopía. Una de esas películas que dejan una huella imborrable.


Prólogo (Ernesto acude a visitar la tumba de su padre. El resto de la película será un continuo flash-back de recuerdos):
 

No sé por qué vuelvo, no tiene sentido volver, después de ocho años o casi nueve, volver a un lugar que ya no existe. Sigo haciendo cosas sin pensarlo demasiado, sin medir las consecuencias. Más o menos como vos. Las leyes de la genética no fallan, diría mamá. Cuando le dije que venía me miró como si estuviera enfermo. Deformación profesional, supongo, pero no hizo preguntas. Entendió menos cuando le dije que volvía mañana, que ni siquiera me iba a quedar una noche. Entendió menos o entendió TODO. Con la vieja nunca se sabe. Para qué voy a gastar “guita”, el micro llega por la mañana temprano y se va a las diez de la noche. Tengo dos horas de viaje hasta Buenos Aires para apolillar y casi todo el día para pedalear unos cuantos kilómetros. Y tratar de saber por qué. Turista no soy, los paisajes no me emocionan, de la gente conocida no queda casi nadie. Amigos, ninguno. A lo mejor vengo nada más que para hablar un rato con vos, para contarte algunas cosas que me pasaron. Para decirte lo que pienso hacer. Estoy en una edad de mierda en la que te ves obligado a tomar decisiones.


 No te preocupes, no vuelvo para saber quién es mi padre, ni para conocerte realmente. Ni para descubrir tus zonas oscuras. No va por ahí la cosa. Siempre fuiste un tipo transparente, sólido como una pared, pero transparente. Y si a veces no te entendía, no era culpa tuya. No era culpa mía tampoco, era demasiado chico para entender algunas cosas. Cuando empecé a entender las cosas de los mayores fue porqué sin darme cuenta había dejado de ser chico.

 A lo mejor vine para acordarme bien de todo lo que pasó aquel invierno. Me gustaría saber tu versión. Yo conozco sólo parte de la historia. Algunas cosas las viví, otras las escuché o las intuía. A lo mejor vine porque me di cuenta de que se me estaban borrando y me dio bronca. No se puede ser tan imbécil. Hay cosas de las que uno no puede olvidarse. No tienen que olvidarse aunque duelan.


 
Epílogo:

En cuanto volvimos a Buenos Aires mamá enganchó un laburo en un hospital. Trabaja demasiado y nos vemos poco. No es por la guita. También trabajo y más o menos nos arreglamos. Yo creo que trabaja mucho para no tener tiempo para pensar. Todavía le cuesta creer que vos no estés. Habla de vos con bronca, como si el infarto hubiese sido culpa tuya. A mí a veces también me da bronca no tenerte al lado para hablar con vos. A veces no hacéis mucha falta, viejo. Después de que pasó lo tuyo en diez días liquidamos lo poco que teníamos y nos fuimos a Buenos Aires. Yo terminé el Primario en un colegio que tenía Secundario. Como vos querías. Las piedras todavía las tengo, pero no me dio por ese lado. Me dio por la medicina… (Plano del padre de espaldas vuelto hacia el lugar).

Me gustaría que me dijeras cómo hace uno para saber cuál es su lugar. Yo por ahora no lo tengo. (Plano del paisaje extenso e infinito del oeste de Argentina donde se ha desarrollado la acción) Supongo que me voy a dar cuenta cuando esté en un lugar y no me pueda ir. Supongo que es así. Ya va a aparecer. Todavía tengo tiempo de encontrarlo.