lunes, 24 de septiembre de 2012

Codornices en pétalos de rosa

 
 


La cocina como lugar de magia y alquimia, de conocimiento y placer, en la estupenda novela de Laura Esquivel que adaptó al cine Alfonso Arau, con música de Leo Brouwer.

 
 

 
CODORNICES EN PÉTALOS DE ROSAS. Laura Esquivel

"Manera de hacerse:

Se desprenden con mucho cuidado los pétalos de las rosas procurando no pincharse los dedos pues aparte que es muy doloroso (el piquete) los pétalos pueden quedar impregnados de sangre y esto además de alterar el sabor del platillo, puede provocar reacciones químicas por demás peligrosas.

(...)

La fusión de la sangre de Tita con los pétalos de las rosas que Pedro le había regalado resultó ser de lo más explosiva. Cuando se sentaron a la mesa había un ambiente ligeramente tenso, pero no pasó a mayores hasta que se sirvieron las codornices. Pedro, no contento con haber provocado los celos de su esposa, sin poderse contener, al saborear el primer bocado platillo, exclamó, cerrando los ojos con verdadera lujuria:

-¡Éste es un placer de los dioses!

Mamá Elena, aunque reconocía que se trataba de un guiso verdaderamente exquisito, molesta por el comentario dijo:

-Tiene demasiada sal.

Rosaura, pretextando náuseas y mareos, no pudo comer más que tres bocados. En cambio a Gertrudis algo raro le pasó. Parecía que el alimento que estaba ingiriendo producía en ella un efecto afrodisíaco, pues empezó a sentir que un intenso calor le invadía las piernas. Un cosquilleo en el centro de su cuerpo no la dejaba estar correctamente sentada en su silla. Empezó a sudar y a imaginar qué se sentiría al ir sentada a lomo de un caballo, abrazada por un villista, uno de esos que había visto una semana antes entrando a la plaza del pueblo, oliendo a sudor, a tierra, a amaneceres de peligro e incertidumbre, a vida y a muerte. Ella iba al mercado en compañía de Chencha la sirvienta, cuando lo vio entrar por la calle principal de Piedras Negras, venía al frente de todos, obviamente capitaneando a la tropa. Sus miradas se encontraron y lo que vio en los ojos de él la hizo temblar. Vio muchas noches junto al fuego deseando la compañía de una mujer a la cual pudiera besar, una mujer a la que pudiera abrazar, una mujer... como ella. Sacó su pañuelo y trató de que junto con el sudor se fueran de su mente todos esos pensamientos pecaminosos.

Pero era inútil, algo extraño le pasaba. Trató de buscar apoyo en Tita pero ella estaba ausente, su cuerpo estaba sobre la silla, sentado, y muy correctamente, por cierto, pero no había ningún signo de vida en sus ojos. Tal parecía que en un extraño fenómeno de alquimia su ser se había disuelto en la salsa de las rosas, en el cuerpo de las codornices, en el vino y en cada uno de los olores de la comida. De esta manera penetraba en el cuerpo de Pedro, voluptuosa, aromática, calurosa, completamente sensual. Parecía que habían descubierto un código nuevo de comunicación en el que Tita era la emisora, Pedro el receptor y Gertrudis la afortunada en quien se sintetizaba esta singular relación sexual, a través de la comida.

Pedro no opuso la dejó entrar hasta el último rincón de su ser sin poder quitarse la vista el uno otro. Le dijo:

-Nunca había probado algo tan exquisito, muchas gracias"

jueves, 20 de septiembre de 2012

¿Para qué sirve la utopía?

Ella estaba en el horizonte. Me acerco dos pasos, ella se aleja dos pasos. Camino dos pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá. Por mucho que yo camine, nunca la alcanzaré. ¿Para qué sirve la Utopía? Para eso sirve: para caminar (Eduardo Galeano).

 
 
 
Hay películas que uno ve "de joven" y le causan una hondo impresión pero, cuando vuelve a verlas al cabo de tiempo, ya no le conmueven de la misma manera. No es el caso de “Un lugar en el mundo”, de Adolfo Aristaráin, auténtico canto a la utopía. Una de esas películas que dejan una huella imborrable.


Prólogo (Ernesto acude a visitar la tumba de su padre. El resto de la película será un continuo flash-back de recuerdos):
 

No sé por qué vuelvo, no tiene sentido volver, después de ocho años o casi nueve, volver a un lugar que ya no existe. Sigo haciendo cosas sin pensarlo demasiado, sin medir las consecuencias. Más o menos como vos. Las leyes de la genética no fallan, diría mamá. Cuando le dije que venía me miró como si estuviera enfermo. Deformación profesional, supongo, pero no hizo preguntas. Entendió menos cuando le dije que volvía mañana, que ni siquiera me iba a quedar una noche. Entendió menos o entendió TODO. Con la vieja nunca se sabe. Para qué voy a gastar “guita”, el micro llega por la mañana temprano y se va a las diez de la noche. Tengo dos horas de viaje hasta Buenos Aires para apolillar y casi todo el día para pedalear unos cuantos kilómetros. Y tratar de saber por qué. Turista no soy, los paisajes no me emocionan, de la gente conocida no queda casi nadie. Amigos, ninguno. A lo mejor vengo nada más que para hablar un rato con vos, para contarte algunas cosas que me pasaron. Para decirte lo que pienso hacer. Estoy en una edad de mierda en la que te ves obligado a tomar decisiones.


 No te preocupes, no vuelvo para saber quién es mi padre, ni para conocerte realmente. Ni para descubrir tus zonas oscuras. No va por ahí la cosa. Siempre fuiste un tipo transparente, sólido como una pared, pero transparente. Y si a veces no te entendía, no era culpa tuya. No era culpa mía tampoco, era demasiado chico para entender algunas cosas. Cuando empecé a entender las cosas de los mayores fue porqué sin darme cuenta había dejado de ser chico.

 A lo mejor vine para acordarme bien de todo lo que pasó aquel invierno. Me gustaría saber tu versión. Yo conozco sólo parte de la historia. Algunas cosas las viví, otras las escuché o las intuía. A lo mejor vine porque me di cuenta de que se me estaban borrando y me dio bronca. No se puede ser tan imbécil. Hay cosas de las que uno no puede olvidarse. No tienen que olvidarse aunque duelan.


 
Epílogo:

En cuanto volvimos a Buenos Aires mamá enganchó un laburo en un hospital. Trabaja demasiado y nos vemos poco. No es por la guita. También trabajo y más o menos nos arreglamos. Yo creo que trabaja mucho para no tener tiempo para pensar. Todavía le cuesta creer que vos no estés. Habla de vos con bronca, como si el infarto hubiese sido culpa tuya. A mí a veces también me da bronca no tenerte al lado para hablar con vos. A veces no hacéis mucha falta, viejo. Después de que pasó lo tuyo en diez días liquidamos lo poco que teníamos y nos fuimos a Buenos Aires. Yo terminé el Primario en un colegio que tenía Secundario. Como vos querías. Las piedras todavía las tengo, pero no me dio por ese lado. Me dio por la medicina… (Plano del padre de espaldas vuelto hacia el lugar).

Me gustaría que me dijeras cómo hace uno para saber cuál es su lugar. Yo por ahora no lo tengo. (Plano del paisaje extenso e infinito del oeste de Argentina donde se ha desarrollado la acción) Supongo que me voy a dar cuenta cuando esté en un lugar y no me pueda ir. Supongo que es así. Ya va a aparecer. Todavía tengo tiempo de encontrarlo.


 

miércoles, 19 de septiembre de 2012

La mariposa besó al colibrí



“Las verdades elementales caben en el ala de un colibrí”, decía el poeta José Martí.
 
Pequeño, pero elegante y casi mágico, capaz de volar hacia adelante, hacia atrás, hacia arriba y hacia abajo, el colibrí representa, en algunas culturas, al intermediario que salva a la humanidad del hambre. En la civilización maya, el sol se disfrazaba de colibrí para seducir a la luna.
 
Pocas imágenes pueden ser tan sugerentes como la de la mariposa besando al colibrí, idea que aparece en una canción del año 92 del cantautor cubano Silvio Rodríguez titulada “Abracadabra”. Desconozco si la utilizó como metáfora de lo milagroso que resulta encontrar el amor verdadero (el hombre más afortunado que pisa esta tierra es aquel que encuentra el amor verdadero, aseguraba el Conde Drácula cuando, en la obra maestra de Ford Coppola, veía en Mina Harker la reencarnación de su amada Elisabetha) o como ejemplo de la dificultad que entraña modificar las cosas y de lo importante que es seguir creyendo que es posible. En cualquier caso, me sirve para el propósito de bautizar este nuevo cuaderno virtual en el que tendrá cabida todo aquello que, de una u otra forma, me emociona, me seduce o sencillamente me provoca el impulso de compartirlo.
 


 
Abracadabra,
curandera mi palabra,
todo mal pone bien,
sana del odio y vacuna también.
 
Abracadabra,
siga la pata en su cabra,
girasol, alhelí,
la mariposa besó al colibrí.